Resumen:
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La Península Ibérica presenta una sismicidad baja a moderada, causada por fallas activas que se mueven con tasas del orden de 10-2-10-1 mm/año. Las magnitudes potenciales máximas son de entre 6,0 y alrededor de 7,0, y los periodos de recurrencia de los seísmos catastróficos, para cada falla, del orden de 103-104 años. La zona más activa es la Cordillera Bética, donde la convergencia con la placa Africana se acomoda en un gran número de fallas, causantes de varios terremotos históricos de intensidad = X. Destacan los desgarres sinistrorsos NE-SO de Carboneras, Palomares y Alhama de Murcia (terremotos de Vera, 1526, o Lorca, 2011), o fallas inversas como la del Bajo Segura (terremoto de Torrevieja, 1829), fallas extensionales E-O como la de Zafarraya (terremoto de Arenas del Rey, 1884) y NW-SE como la de Baza (terremoto de Baza, 1531). La compresión que se transmite por Iberia a partir de su margen sur reactiva asimismo grandes desgarres en el Macizo Ibérico (fallas de Manteigas-Vilariça-Bragança –con evidencias de paleosismos holocenos superiores a 7,0– y Plasencia). El este peninsular está afectado por la extensión cortical ligada a la extensión (rifting) del surco de Valencia, que activa fallas normales en las Cadenas Costero-Catalanas y Sierras Transversales (fallas del Camp y Amer, esta última causante de los seísmos de Olot, 1427-1428) y en la Cordillera Ibérica centrooriental (fallas de Concud –con evidencias de paleosismos del Pleistoceno superior de magnitud potencial próxima a 6,8–, Teruel o Maestrat), aquí sin terremotos recientes catastróficos. La tectónica activa en el Pirineo se debe a la interacción de la extensión ligada al rift, la compresión intraplaca y los movimientos isostáticos. La mayor sismicidad se da en la vertiente norte de los Pirineos occidentales (Lourdes-Arette) y en el Pirineo central (terremoto de Vielha, 1923, en la falla norte de la Maladeta).
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