Resumen:
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Una de las dificultades mayores a la hora de enfrentar la obra de Kahlo es la de un exceso. No tanto la mucha literatura que hay sobre su pintura, que se enriquece si consideramos la que hay de cada uno de los cuadros por separado, cuanto el de una suerte de exceso o, también podríamos llamarlo así, sobredeterminación hermenéutica a la hora de enfrentarla. Concretamente nos referimos a la psicologización de la pintura, que permite trazar un cronograma preciso de todas y cada una de sus pinturas junto a las emociones y sentimientos que van siendo suscitados por los avatares de su vida, que están igualmente cronografiados, cuando no es la historia clínica o también un diagnóstico psiquiátrico, como si estuviera en juego un hecho meramente natural y, por ende, menos —o nada— estético. En realidad un hecho pseudo-estético, toda vez que está atravesado por la clínica en todas sus formas. Pertenece a esta sobredeterminación hermenéutica, o al menos ha hecho un uso de ella en este sentido la crítica posterior, la de la propia autora, la propia autointerpretación, vamos a decirlo así, de Kahlo, siempre que participe de esta mirada. No queremos desarrollar en detalle una teoría estética, pero sí queremos apuntar las razones por las que nos parece que la pintura de Kahlo más bien resulta emprobrecida por las interpretaciones que se atienen escrupulosamente a la psicología (o a la psicopatología, según el caso) de la artista. Digamos que queremos trazar, en grueso ciertamente, algo así como una estética privada —en el doble sentido de deficiente y de contaria a pública— de esta sobredeterminación que nos parece reconocer en análisis de la pintura de la mexicana.
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