Resumen:
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La modernidad nos ha constituido como “individuos”: individuos políticos, dotados de derechos y deberes, e individuos económicos, portadores de un interés egoísta instrumental. Es una individualidad contradictoria, dado que su primera dimensión ha de orientarse hacia el bien común, lo público, y la segunda hacia el privado. Son conjugables porque, además de individuos, somos sujetos dotados de racionalidad. A través de nuestro pensamiento racional podemos evaluar y decidir a qué darle prioridad, desde una racionalidad weberiana de carácter finitista más bien que instrumental, en cada momento. Ese individuo-sujeto moderno no tiene cuerpo ni emociones, actúa bajo principios neutros, asépticos, de carácter deliberativo, es un ser abstracto dotado de voluntarismo racional. Pero lo cierto es que muchas veces no pensamos lo que hacemos. Las personas con discapacidad han quedado excluidas de esa doble imputación y revelan, desde la “desnudez” de su pura condición de personas, la fisura entre la imputación y la existencia real. Tomando como referencia dos historias de vida veremos cómo emerge en ellas una condición emocional y corporal en situación de “desahucio”. Suprimidos el voluntarismo y el egoísmo del individuo moderno, así como la racionalidad del sujeto moderno, las emociones quedan bloqueadas y los cuerpos manifiestan, en su condición ineficiente (no por serlo de hecho, sino por habérseles adscrito dicha asignación), la precaria condición de nuestra existencia. Cuerpos y emociones, doblegados por el capitalismo neoliberal-global, a través de la discapacidad indican las claves estructurales de nuestro cotidiano sometimiento.
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