Resumen:
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Teresa sufrió, a los veintitrés años, una infección crónica, cuyo periodo más intenso o crítico duró entre quince meses y dos años, iniciándose con una pericarditis infecciosa crónica, caracterizada por dolor cardiaco -que trataba con agua de azahar-, síncopes o vahídos y calentura o fiebre permanente, en general bien tolerada y en ocasiones de tipo ondulante, que comenzó a cursar el 15 de agosto de 1539 con una incuestionable meningoencefalitis, a la que siguió un estado de coma profundo, precedido de un episodio de convulsiones sintomáticas, con mordedura de la lengua, seguido de posición en ovillo, con las piernas flexionadas sobre la pelvis -una actitud antiálgica, típica de la meningitis-, síntomas postcomatosos, excesiva irritabilidad y dolor al simple contacto (hiperestesia), faringoesofagitis, dolores radiculares y parálisis. A poco de cumplidos los cincuenta años, desarrollo una parálisis agitante (parkinsonismo postencefálico o una enfermedad de parkinson), con frecuentes cefaleas, ruidos en la cabeza y acentuada debilidad. Teresa de Ávila padeció, muy probablemente, un cuadro de neurobrucelosis, una infección crónica del sistema nervioso central...
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