Resumen:
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Se nos dice que la lucha que libramos contra el “enemigo invisible”, en palabras de Cipolla (1993), parece no tener precedentes; sin embargo, como decía Marx, “la historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”. Pandemias como la del Covid-19 no son novedad para los europeos: hemos vivido enfermedades contagiosas como la viruela, la tuberculosis, el cólera, la lepra, la sífilis y la gran plaga por antonomasia, la Peste Negra, que entró en Europa a través del puerto siciliano de Messina. En este caso, mató al 40 % de la población europea entre 1347 y 1352. Los supervivientes mejoraron su nivel de vida, aunque la tasa de recuperación urbana dependió de las ventajas el comercio de ciudades que tuvieron que atraer y competir por trabajadores escasos. Las ciudades no restablecieron su población anterior hasta el siglo dieciséis (Jedjjwab et al 2019). En fechas más próximas, en pleno final de la Primera Guerra Mundial, la mal llamada “gripe española” de 1918-1919 (que, según Olson et al. 2005, comenzó en Nueva York) provocaría 17.4 millones de muertes según Spreeuwenberg et al. (2018). De acuerdo con esta estimación, esa epidemia mató casi al 1% de la población mundial (Roser 2020). Pero episodios similares se dieron en la gripe rusa (1889-1894), la gripe asiática (1957-1958), la gripe de Hong Kong (1968-1969) u otra gripe rusa (1977-78). En las últimas décadas, las enfermedades epidémicas han azotado con especial virulencia a África y Asia. Primero el SIDA en 1981, que causó hasta el 2011 más de sesenta millones de afectados, la gripe aviarentre 2003 y 2013 y el SARS durante el año 2003 en el sudeste asiático y Canadá. Más recientemente, en 2014, el virus del Ébola originado en Guinea, sumó hasta febrero de 2015 9.380 fallecidos en todo el mundo, la mayoría en África occidental, con una tasa de letalidad de hasta el 90% (Betrán, 2015).
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