Resumen:
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El presente capítulo analiza la ceremonia vinculada a las cruces de consagración dentro el ritual medieval de la dedicación de iglesias en Occidente, prestando especial atención a su impacto en la cultura visual. La pintura mural, y el muro como lienzo y soporte pictórico, tienen un papel de singular importancia en la materialidad de una ritualidad comprendida dentro del patrimonio inmaterial y efímero. El ritual completo de dedicación del templo se compone, a partir del siglo IX, de algunas ceremonias invariables cuyo orden se altera según las fuentes documentales, que son principalmente libros litúrgicos (Harington 1844; Repsher 1998). El esquema general de los ritos más comunes nos evoca una compleja estructura de larga duración que combinaba movimientos ceremoniales, signos visuales y sonoros, así como oraciones y cantos (Gage 1832, 235-274). La liturgia comenzaba con el recibimiento del clero y de la asamblea por parte del obispo desde un lugar cercano donde se han depositado las reliquias del nuevo templo. Se bendecía el agua para la aspersión y encabezan la procesión hacia la iglesia que se va a consagrar mientras se evocaba la presencia de los santos. Al llegar al nuevo edificio, y delante de su puerta principal, se pronucniaba una plegaria de bendición y se rociaba con agua bendita el portal y, a continuación, se asperjaban los muros exteriores, antes de que el obispo y los clérigos entren en la iglesia. En este momento se cantan las letanías de los santos y el prelado traza sobre piedra una cruz con el alfabeto griego y latino en el suelo del templo. Seguidamente tiene lugar la plegaria de consagración del edificio y la consagración del altar. A continuación, se prosigue con la unción del altar con crisma, y se realiza el mismo gesto con las doce cruces del interior del templo. Se bendicen los objetos litúrgicos que van a ser utilizados en la iglesia y se perfuman sus naves con incienso. Una vez bendecido el espacio, se autorizaba al resto del clero y los fieles el acceso al interior de la iglesia. En presencia de los fieles se trasladaba la reliquia al ara central y, para finalizar, se celebraba la eucaristía sobre el nuevo altar recién consagrado .
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