Resumen:
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Recorremos parajes áridos en estos inicios de siglo: una pandemia económica azota a las economías avanzadas. En ellas se gesta un desastre que, obviamente, repercutirá, como siempre, sobre los países menos favorecidos. Se clama por el “rescate” de las finanzas mientras las finanzas, sus flujos planetarios, operan silenciosa y sistemáticamente una predación sin fisuras. Y como si de una broma de mal gusto se tratar, se suma otra pandemia, una mera gripe hipertrofiada en su significado por la ciencia médica, que causando menos “costes” humanos que cualquier gripe común ha emergido como señal de alarma para poner en marcha todos los mecanismos tecnológicos de la nueva política de la salud. En este caso la lógica de transmisión es la inversa: la “enfermedad” surge en el tercer mundo y su amenaza cara a las sociedades más desarrolladas dispara todas las alarmas y levanta todas las protecciones aduaneras: ¡mascarillas, dénnos mascarillas par no respirar ese aire putrefacto!. Entre medias de lo uno y de lo otro, y por las urgencias de tomar medidas ante lo evidente, parece que se han bloqueado las capacidades colectivas de reflexión; nos vemos atrapados entre las cifras galopantemente crecientes de desempleo y las censuras impuestas sobre territorios contaminados. Llegados a este punto conviene tomarse un respiro y alimentar una cierta sensación de “sospecha”: ¿cómo se “construyen” esas realidades planetarias, globales, inmediatas, ineludibles, que alcanzan a todos y a todo? Puede que un buen punto de partida sea tomar en consideración el hecho de que las prácticas materiales en las que nos hallamos inmersos son el resultado de una arquitectura epistemológica que ha ido colonizando cuantos reductos insurrectos se le oponían: el pensamiento moderno occidental postula, con agravantes tecnológicos, el sentido de esa realidad que nos atrapa. Y por ello es necesario sacudirse esas ataduras. Tarea ardua, sin duda.
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