Resumen:
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El consumo de alcohol es una práctica muy extendida y socialmente aceptada en nuestro entorno; sin embargo, se trata del tercer factor de riesgo más importante para la salud. Las consecuencias derivadas del abuso del alcohol van más allá de la aparición de enfermedades, ya que conlleva una gran carga social y económica. El metabolismo del etanol ocasiona un exceso de NADH, por lo que disminuye la cantidad de cofactor oxidado disponible para otras reacciones, alterando numerosas rutas bioquímicas. Un consumo crónico ocasiona la desregulación del sistema nervioso central, adaptándose a la presencia de alcohol en el organismo. Si se cesa el consumo aparece un síndrome de abstinencia como consecuencia del desequilibrio entre los distintos neurotransmisores ante la falta de alcohol. La terapia psicológica es indispensable antes, durante y después del tratamiento farmacológico, ya que el paciente es el que debe tomar la decisión de dejar la bebida, ser consciente de su enfermedad y responsabilizarse de la adherencia al tratamiento. El primer paso en la terapia farmacológica es prevenir de la aparición del síndrome de abstinencia o disminuir sus síntomas, fundamentalmente se emplean fármacos sedantes. Una vez superada esta fase aún se mantiene el recuerdo de la sensación placentera asociada al consumo, por lo que los fármacos empleados se dirigen a prolongar la abstinencia y evitar recaídas. Un nuevo fármaco, llamado nalmefeno, permite la disminución gradual del consumo evitando la completa pérdida de control. La eficacia del tratamiento no siempre es elevada, debido fundamentalmente a las numerosas variaciones genéticas entre individuos; determinan tanto la predisposición al alcoholismo como la respuesta ante los distintos fármacos. El tratamiento ideal estaría fundamentado en la elección individualizada de los fármacos en función de las características genéticas y situación personal del paciente.
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