Resumen:
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No es habitual escuchar hablar a un director de cine de sus películas desde un punto de vista comercial, ya que, habitualmente, persigue un fin más cercano al de la creación de una obra de arte, entendida ésta en el sentido más amplio de la palabra. En otro extremo encontramos a los productores, que centran su búsqueda en la obtención de un producto comercial, preferiblemente un éxito de taquilla, que les reembolse el dinero invertido en la producción del film. No obstante, ambos enfoques, comercial y artístico, no son antónimos o excluyentes entre si. Subyace en nuestra cultura cierto resquemor a considerar el arte como un bien comercial. No podemos negar que el valor de una obra de arte está por encima de lo que estamos dispuestos a pagar por ella. Pero éste es un mal que azota a todo producto fruto de un proceso creativo. Al fin y a la postre, la creatividad no tiene precio, como tampoco lo posee la imaginación y el arte de plasmar una vivencia. Pero, al tiempo, hay que asumir que un producto que no se comercializa termina por desaparecer. De ahí que, la entrada que pagamos para contemplar los cuadros expuestos en un museo, o aquella otra para visitar un monumento arquitectónico y maravillarnos de su belleza o grandiosidad, no es sino una forma de comercializar ese arte. Conforme evoluciona la tecnología y la accesibilidad a novedosos instrumentos, aparecen nuevas formas de arte y nuevas profesiones dentro del ámbito artístico. Considerando el cine desde un punto de vista artístico, son muchos los profesionales que contribuyen a la creación del film, bajo la supervisión del director. En cierto modo, cada uno es artista en su campo. No en vano se dan premios al mejor vestuario, a los mejores efectos especiales o a la mejor banda sonora. Porque al final, la película será una obra de arte en la medida en que cada uno intente que su parcela de trabajo en la película sea arte...
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