Resumen:
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Porqué estas miradas “desde” la vida. La vida, siempre la vida, ha sido a lo largo de la historia, el horizonte que ha guiado el caminar y las luchas de los pueblos subalternizados; por ello no podemos olvidar que es el acumulado de esas luchas las que han posibilitado que tengamos hoy en nuestro país, una Constitución que por primera vez en la historia de las constituciones del planeta, hace de la vida, del Sumak Kawsay, del Buen Vivir, así como de los derechos de la naturaleza un eje vital de su espíritu. Si bien, esto es indiscutiblemente un hecho trascendental, no es suficiente, pues no basta que esos derechos estén como una mera declaración discursiva, sino que como nos enseña la sabiduría espiritual del sendero del Yachak, debe haber “impecabilidad” absoluta en su implementación, lo que implica coherencia entre lo que se siente, se piensa, se dice y se hace, pues de lo contrario se corre el riesgo de que la vida como derecho consagrado en la Constitución, se quede como un hermoso discurso retórico más, que instrumentaliza el poder de acuerdo a sus intereses. Por ello, frente a la necesidad de coherencia, de impecabilidad que requiere el Buen Vivir individual y social, deberíamos hacernos una sencilla, y a su vez profunda pregunta: ¿será posible lograr el Suma Kawsay, el Buen Vivir; así como, podremos defender los derechos de la naturaleza, desde el extractivismo como eje central para la modernización de la matriz productiva capitalista que actualmente se impulsa?; la respuesta requiere ser sentida y reflexionada, no solo desde la fría razón instrumental, sino desde el corazón, y mirando no únicamente como resolver las demandas de modernización del capital, sino, corazonando, es decir pensando desde el corazón, qué país, qué mundo le vamos a dejar a las niñas y niños que aún no nacen. En consecuencia, si la vida es ahora un mandato constitucional, que a menudo irrespeta el poder, va a depender de lo que cada una de nosotras y de nosotros hagamos para que deje de ser un enunciado discursivo, sino que tenemos la responsabilidad ética y política de hacer que se convierta en una realidad que debe ser sembrada, cultivada, demandada y ejercida en todos los territorios cotidianos del vivir. Por lo tanto, ese mandato constitucional, debe atravesar todas las dimensiones de la gramática social, y por consiguiente, también de la educación y de las universidades, estas deberían en consecuencia, empezar a trabajar en una universidad y una educación que estén comprometidas con la vida. La vieja praxis antropológica heredada de la mirada colonialista que le proporcionó al poder los referentes teóricos y metodológicos para el dominio de los otros a los que veía como sociedades primitivas y salvajes a las que debía civilizar, y hoy las sigue viendo como pre modernas o subdesarrolladas a las que hay que integrar, incluir, modernizar, desarrollar y ciudadanizar; perspectiva colonial e instrumental que transformó a las y los actores sociales en simples “objetos” de estudio, en meros “informantes”, que habló siempre “por” y “sobre” ellas y ellos, pues como expresión de su dominio les usurpó la enunciación. Gracias a la lucha de larga duración por la existencia, esos antiguos “objetos” de la mirada antropológica se constituyen en sujetos políticos e históricos, esto ofrece condiciones para que la misma antropología que los colonizó, empiece a decolonizar su propio quehacer; estas nuevas condiciones históricas le imponen, no solo a la antropología, sino al conjunto de las ciencias sociales, la necesidad de transformar sus miradas teóricas y metodológicas, pero sobre todo sus perspectivas éticas y políticas de su praxis; frente a una antropología que objetivó sujetos y silenció su palabra para hablar “por” y “sobre” ellos y sobre su existencia, pues consideró que los subalternizados no podían hablar; una respuesta decolonizadora del saber, es empezar a considerar la necesidad de hablar “con” y “desde” la vida de esos actores sociales que siempre han estado hablando, luchando riendo, celebrando la vida a pesar de la violencia, la injusticia y la muerte, pero que nuestra sordera epistémica ha impedido que los escuchemos y menos que aprendamos de su sabiduría; de ahí que hablar desde y con, constituye no solo una diferencia semántica, sino sobre todo, profundamente ética y política. Han sido también estas luchas por la existencia, las que le han dado a la Carrera de Antropología Aplicada, la posibilidad de empezar a sembrar una Antropología comprometida con la vida, como lo manifiesta ya en su primer Congreso Latinoamericano de Antropología Aplicada en el 99 del siglo pasado, es decir mucho años antes de que esto sea un mandato constitucional; compromiso que lo asume no como un mero enunciado discursivo, sino como una praxis vital y transformadora, que nos permita no solo hablar por y sobre la vida, sino hablar y actuar desde la vida misma; de ahí que en el actual contexto histórico que vivimos, una antropología comprometida con la vida, sería además, una forma de ir concretando lo que la actual Constitución demanda. Es por ello que los trabajos que en este libro se presentan escritos a tres manos, tres voces y tres corazones, hablan desde la vida, emergen desde experiencias vividas, sentidas, no solo son el resultado de una fría reflexión teórica y metodológica, sino que han sido tejidas junto al calor de la gente, en el acercamiento vital a actoras y actores sociales, a alumnas y alumnos de los que hemos ido aprendiendo con humildad, en todos estos años por ello en este trabajo no buscamos demostrar verdades, ni comprobar hipótesis, solo aspira humildemente, a dar pistas para el trabajo antropológico, que no es sino el de emprender un viaje al mundo del sentido, para poder comprender el sentido del mundo.
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